Después de una hora llegaron los aguaciles y consideraron que sería mejor que las casas colindantes fueran demolidas, y así evitar la propagación. Los propietarios de esas casas protestaron, y se convocó al Alcalde, Sir Thomas Bloodworth, quien era el que tenía la autoridad. Cuando el alcalde llegó, las llamas ya estaban consumiendo las casas colindantes, así como los almacenes de papel y tiendas de productos inflamables que había cerca del río. Los bomberos más experimentados clamaron por la demolición, pero el alcalde se negó, argumentando que la mayoría de las casas o locales eran alquilados y los propietarios no se encontraban allí. Por lo general se pensaba que Sir Bloodworth fue nombrado para el cargo de Alcalde como “Yes Man (Ayudante)” más que como una persona con capacidades para un trabajo como ese, ya que le entró el pánico cuando se enfrentó a este tipo de emergencia repentina. Después de que la ciudad fuera destruida, Samuel Pepys, mirando hacia atrás en los hechos, escribió en su diario el 7 de septiembre de 1666 que la gente, en general, lloraba por la estupidez del señor alcalde.
Pepys continuó hacia el oeste por el río a la corte de Whitehall, “donde la gente venía hacia mí, y les daba cuenta de la consternación de todos, siendo estas palabras llevadas hasta el rey. Así que fui llamado, y les conté al rey y al duque de York todo lo que había visto, y a menos que el rey no mandara derribar casas nada podría parar el fuego. Parecían muy preocupados, y el rey me mandó que fuera hasta el Alcalde en nombre de él, y ordenó que no escatimara en casa y que las derribara”. El hermano de Charles, el duque de York James, ofreció el uso de la Guardia Real para ayudar en la extinción del incendio. Una milla al oeste de Pudding Lane, por las escaleras de Westminster, el joven William Taswell, un estudiante que se había escapado del servicio de la mañana en la Abadía de Westminster, vio algunos refugiados llegando en barcazas, sin ropas y cubiertos sólo por algunas mantas. Los servicios de las barcazas resultaron ser, de repente, extremadamente caras, y únicamente los refugiados más afortunados podían asegurarse una plaza en dichas barcazas. El fuego se extendió rápidamente en la dirección del viento. A media mañana del domingo, la gente dejó de intentar extinguir el fuego y huyeron. El movimiento de esa gente y todos sus bultos hacían imposible que los bomberos se acercaran con sus carruajes. Pepys tomó un coche para volver a la ciudad desde Whitehall, pero únicamente llegó hasta la catedral de St. Paul donde salió caminando. En ese momento vio carretillas con mercancías y muchos peatones agobiados en un lugar todavía lejos del fuego. Las iglesias parroquiales que no estaban directamente amenazadas se iban llenando de muebles y objetos de valor, los cuales tendrían que trasladarse después más lejos. Pepys encontró al alcalde Bloodworth intentando coordinar los esfuerzos de lucha contra incendios al borde del colapso, “como una mujer desmayándose”, gritando lastimeramente en respuesta al mensaje del rey de derribar las casas. “Pero el fuego nos alcanza tan rápido que no tenemos tiempo de derribarlas”. Aferrándose a su dignidad cívica, el alcalde rechazó la oferta que James, el duque de York, sobre los soldados y se fue a casa a dormir. El rey Charles II navegó desde Whitehall en la barcaza real para inspeccionar la escena. Se encontró que las casas todavía no habían sido derribadas, y audazmente hizo caso omiso de la autoridad de Bloodworth ordenando la demolición de toda la parte oeste de la zona del fuego. El retraso hizo que esta orden fuera inútil, ya que el fuego estaba fuera de control. Por la tarde del domingo, 18 horas después de que dieran la alarma en Ludding Lane, el fuego se había convertido en una gran tormenta de fuego, la cual creó su propio tiempo o atmósfera. Una enorme eclosión de aire caliente sobre las llamas fue impulsada por un efecto de chimenea y ciertas construcciones redujeron las corrientes de aire dejando cierto vacío a nivel del suelo. El resultado de estos fuertes vientos hacia el interior no tendió a apagar el fuego, como podría pensarse, sino que esto aportó oxígeno fresco a las llamas, y la turbulencia creada por la eclosión hizo que el viento girara tanto hacia el norte como hacia el sur, direcciones del vendaval por donde todavía continuaba soplando. Por la tarde, con su esposa y algunos amigos, Pepys se acercó otra vez por el río “¡y el fuego todavía sigue incrementándose!”. Ordenaron al barquero que fuera tan cerca del fuego como pudiera, aunque una parte del río estaba llena de una lluvia de gotas de fuego. Cuando esas gotas de fuego eran insoportables, el grupo se dirigió a una cervecería en la orilla sur y se quedaron allí hasta el anochecer pudiendo ver el fuego del Puente de Londres y el otro lado del río. LunesAl amanecer del lunes 3 de septiembre, el fuego se expandió principalmente hacia el norte y oeste, y la turbulencia de la tormenta de fuego empujaba las llamas de manera más fuerte que el día anterior. La propagación hacia el sur estaba detenida por el río, pero había incendiado las casas del Puente de Londres, y amenazaba con cruzar el puente y poner en peligro del municipio de Southwark, en la orilla sur del río. Pero Southwark fue preservado por un cortafuego que ya existía en el puente, un hueco entre dos edificios que ya había salvado la zona sur del Támesis en el incendio de 1632, y que ahora volvió a servir para lo mismo. El fuego se extendió hacia el norte alcanzando el corazón financiero de la ciudad. Las casas de los banqueros en la calle Lombard empezaron a arder en la tarde del lunes, lo que provocó una avalancha para conseguir monedas de oro, por lo tanto algo tan crucial para la riqueza de la ciudad y la nación tendía a desvanecerse. Varios observadores hacen hincapié en la desesperación y la impotencia que parecía apoderarse de los londinenses en este segundo día, así como la falta y escasez de esfuerzos para salvar a los ricos, o a los distritos de moda que ahora estaban amenazados por las llamas, como los edificios de Royal Exchange, la bolsa o los centros comerciales. El Royal Exchange se incendió por la tarde.
Como el miedo y la sospecha aumentaron el lunes, circularon rumores de una inminente invasión, y ciertos agentes secretos extranjeros fueron vistos lanzando bolas de fuego dentro de las casas, o cogiendo granadas de mano o cerillas. Hubo una oleada de violencia callejera. William Taswell vio a una multitud saquear la tienda de un pintor francés y tirar todo por el suelo, y vio horrorizado como un herrero se acercaba en la calle a un francés y le golpeaba en la cabeza con una barra de hierro. El miedo al terrorismo recibió un impulso extra con las comunicaciones y las noticias que informaban de todas las instalaciones que habían sido devoradas por el fuego. La Oficina General de Correos en la calle Threadneedle Street, por la cual pasaba todo el correo del país, se quemó en la madrugada del lunes.
El caos en estas puertas fue tal que los magistrados ordenaron cerrar las puertas en la tarde del lunes, con la esperanza de retirar la atención de los habitantes en la salvación de sus propias posesiones y centrarla en la extinción del fuego. Esta medida precipitada no tuvo éxito y fue revocada al día siguiente.
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